A 59 años de mi nacimiento

A todos, a todas, que habitaron, y habitan mis aulas, presencias siempre únicas y entrañables…
Las escuelas no hablan. Eso lo sabemos.
Pero quizá, quizá por estos 59 años que me florecen en cada aula y en cada rincón de mi geografía, pueda pedir prestadas estas breves palabras. Solo por esta vez, porque como dice Zweig, los cuentos, donde nada es verdad, nada es real, mentiras de patas cortas, tienen un recorrido infinito.
Las escuelas no hablan, pero esta vez, creemos que sí. Solo para escuchar sus susurros de viento tiza, solo por esta vez.
Porque nunca se trató de ser una escuela más. Tampoco la mejor.
Nací para andar mi paso de escuela con paso propio. Los pasos que fueron dados siempre con otros, junto a otros, para otros. Pasos que inauguraban territorios de saberes y maravillas, para cada uno. Jornada completa, amplios mundos que se abrían cuando las puertas se cerraban. Todos, y para todos.
Intrépidos itinerarios pedagógicos para echarse a andar.
Un andar valiente que se estrenó en casillas de madera, humildes y luminosos, radiantes lugares, blanco y naranja, celeste, en sutil armonía de colores y calidez. Fue ahí donde comenzó a latir, casi con obstinación pedagógica, mi corazón de escuela.
Y quizá esta biografía -mi biografía- fue tejida, sobre todo, con el hilo potente de los amores recíprocos. Porque siempre fueron amores recíprocos, fieles, incondicionales.
Misteriosa mixtura de pasiones y convicciones, de vuelos altos en aulas bajas, de manos juntas en una geografía austera, de voces diferentes en la misma voz, de horizontes anchos, cercanos y tan lejanos.
Porque desde siempre, fui Iec para llegar a todos, a todas, esto de ser escuela cuidando que estén todos, que nadie se quede atrás, cobijar desde mi pedagogía cotidiana, la intemperie de los que dudan, de los que creen que no pueden, de los que necesitan otro tiempo.
Este es mi tiempo y mi espacio de escuela, ustedes están hoy, y siento como riqueza insondable y patrimonio común, a todos, cada uno y cada una que alguna vez, con señorío o con humildad, tejieron con sus manos, con sus saberes, con sus vidas, trozos de esta trama densa, consistente, que hoy nos ampara a todos.
Y a mí, escuela, simple y sencilla escuela, que abro mis puertas desde hace 59 años, convencida de que quienes nos conocemos en estas aulas, no salimos iguales.
No ustedes, que me llevan por mucho tiempo en los territorios más verdes de la memoria escolar, menos todavía yo, que porto las cálidas huellas de cada uno…
Vibrante mi presencia de escuela, para recibir y para acoger.
Que todos, que todas, sientan que fui, que soy un buen lugar para vivir la escuela. Como escuela.
Que otros asistan a la escuela. Acá, en mis aulas, la escuela se vive.
Fue solo por esta vez. Para mí, ojalá también para ustedes, valió la pena.
Nota: agradecemos a la autora de este texto, nuestra querida asesora, colega y amiga, Lic. Liliana Argiró